Un evento que poco tiene que ver con hacer postres, marcó un antes y un después en la historia de la repostería. La revolución industrial permitió que el mundo avanzara en sus conocimientos científicos y desarrolló una serie de instrumentos que cambió la manera en la que se hacían muchas cosas, dentro de ello, la repostería.
En el siglo XVIII, se inventó el bicarbonato de sodio, una compuesto que servía como levadura química y que ayudó a que la repostería alcanzara una mayor popularidad. ¿Por qué? En pocas palabras, porque cuando el bicarbonato entra en contacto con la humedad y el ácido de algunos ingredientes se produce dióxido de carbono, lo que a su vez hace que los productos de repostería puedan crecer más en menor cantidad de tiempo. Por eso cambió la historia de la repostería en el mundo, porque agilizó el proceso y permitió que fuese más sencillo preparar un postre.
Posteriormente, en 1850, se creó el polvo de hornear, que es una mezcla de bicarbonato de sodio con un ácido llamado crémor tártaro, lo que facilitó las cosas aún más. De igual manera, la invención de nuevos tipos de hornos tuvo como resultado que las personas pudiesen hornear sus postres sin tener que estar vigilando constantemente lo que sucedía. Además, gracias al control de la temperatura, las personas pudieron tener más control sobre el proceso.
No fue sino hasta después de la revolución industrial que los ingredientes empezaron a ser más accesibles para el público en general. Como puedes ver, este evento marcó la historia de la repostería en muchos sentidos. La invención del ferrocarril hizo posible que los ingredientes se pudieran transportar con mayor facilidad, que los costos se redujeran, y que los tiempos para llevarlos de un sitio a otro disminuyeran drásticamente. Por otra parte, los procesos de refinamiento de la harina y de la azúcar contribuyeron a que la lista de postres que se podían realizar se engrosara.

